Angliru, el Olimpo del Ciclismo

El 15 de mayo de 2023, nos enfrentamos a una épica odisea: el ascenso al Angliru, el Olimpo del ciclismo. Mi compañera y yo, equipados con nuestras poderosas monturas, una Specialized Turbolevo SL y una Canondale Synampse, nos encontrabamos en Oviedo, convocados por una invitación a una comunión. Pero este viaje no era solo un mero compromiso social; era la oportunidad de desafiar al destino y conquistar una montaña legendaria.

Durante cuatro días esperamos con la esperanza de que las condiciones meteorológicas mejoraran. Pero, lamentablemente, el pronóstico lejos de mojorar empeoraba cada día, y no quedó más remedio que enfrentarnos a los elementos en el último de día de nuestra corta estancia. Con valentía y determinación nos levantamos a las 6:30 a.m., el termómetro marcaba unos gélidos 10 grados, el cielo estaba cubierto de nubes y una espesa niebla envolvía el paisaje. Sin embargo, eso no nos detendría.

Con un desayuno de campeonato partimos desde nuestra ubicación en Las Cruces, un llaneo de unos 15 km nos vino bien como calentamiento. El frío se colaba en nuestros huesos, exacerbado por la humedad y el constante rocío que nos empapaba. Improvisamos chubasqueros con sacos de basura, protegiendo nuestro cuerpo de los caprichos de la naturaleza. Pronto llegamos a Santa Eulalia, el punto de partida hacia el infierno.

Los primeros kilómetros transcurrieron sin contratiempos, con una suave pendiente que nos mantenía calientes. La niebla, por ahora, nos respetaba y el paisaje se desplegaba como una postal magnífica ante nuestros ojos. Pero cuando alcanzamos los 800 metros de altitud y giramos a la derecha hacia la carretera del Angliru, el panorama cambió por completo. El frondoso bosque desapareció dejando en su lugar solo piedras y hierba baja. Ya no se escuchaba el viento entre las hojas, ni el murmurio del agua o los cencerros de la vacas; estábamos solos.

La niebla se cerró a nuestro alrededor y la fina llovizna se convirtió en un diluvio congelante. Veníamos de Murcia, donde las temperaturas alcanzaban los 30 grados y pensar en el frío resulta difícil, ahora nos encontrábamos enfrentando un frío despiadado, con guantes de verano, un chaleco cortavientos y un saco de basura desgarrado por el viento. Sin duda nuestro equipo era escaso para las condiciones que nos aguardaban. Pero estábamos decididos a superar cualquier obstáculo.

La pendiente se volvió implacable, no paraba de ascender del 13% al 14%, al 15%, al 16%. El asfalto resbaladizo desafiaba nuestras habilidades, la situación se tornaba preocupante pero a menos de 2 kilómetros de la cumbre, renunciar ya no era una opción. Sin embargo, cuando superamos esos famosos 700 metros al 23%, sentimos una oleada de determinación recorrer nuestras venas. Estábamos dispuestos a enfrentar cualquier desafío que el Angliru pusiera frente a nosotros.

Finalmente, llegamos a la cima. Gritamos emocionados, la euforia inundaba nuestras almas. Nos miramos mutuamente, sin necesidad de palabras, y supimos lo que nos esperaba a continuación: el descenso.

Con llantas de carbono y frenos de zapata, nos preparamos para enfrentar un descenso aún más peligroso y desafiante. El frío, el viento, la niebla y la lluvia se unieron en un torbellino caótico. Las pendientes empinadas ponían a prueba nuestras manos mientras luchábamos por mantener el control de las bicicletas. Frenar se volvió casi imposible, y teníamos que evitar coger velocidad a toda costa. Cada curva cerrada nos mostraba un abismo sin fin, desafiando nuestra temeridad en cada giro.

Aquella experiencia se convirtió en una prueba fundamental de nuestra verdadera esencia. En esas alturas y en esas circunstancias, no había lugar para perder la calma. La fuerza de nuestros corazones y el temple de nuestros espíritus eran las únicas herramientas que nos podían guiar en aquel peligroso descenso. En ese lugar, no había nadie más ni señal telefónica que pudiera socorrernos.

Finalmente, llegamos tiritando a Santa Eulalia. Buscamos refugio en un bar, anhelando el calor que tanto necesitábamos. Ante la falta de un caldo caliente, una copa de vino tinto nos infundió una nueva energía, un combustible de alto octanaje entró en nuestras venas. Recuperamos la temperatura perdida y, con la lluvia convertida en tormenta, nos aventuramos a los últimos 15 kilómetros hasta nuestro destino.

Y así, en un final épico, queda claro que el Angliru no es el puerto de montaña más alto ni más largos, pero nadie pondrá en duda que se encuentra entre los 10 puertos de montaña más duros del mundo. Subirlo en condiciones tan adversas fue una temeridad, producto de nuestro desconocimiento y empecinamiento por encima de la sensatez. Pero esa temeridad nos llevó a descubrir nuestra verdadera fuerza interior y nos convirtió en protagonistas de una historia que quedará grabada en la memoria de quienes osen desafiar el Olimpo del Ciclismo.

El Angliru, un lugar donde la realidad y la fantasía se entrelazan, donde los héroes encuentran su prueba definitiva y donde el destino se forja con cada pedalada valiente. Que aquellos que se aventuren a enfrentarlo, sepan que el Angliru es un desafío que trasciende la montaña misma, elevándolos a un plano donde solo los verdaderos valientes pueden llegar.

4 comentarios

  1. Todavía siento las manos entumecidas y doloridas de ese frío cortante y penetrante, aún así repetiría la experiencia, el apoyo y los ánimos qué nos otorgamos mutuamente es la mejor recompensa qué tenemos ,tanto cómo pareja cómo compañeros de Bicicleta. Vamos a por la siguiente aventura!

  2. Muchas gracias por tu comentario José Antonio, me alegra saber que te ha gustado y ya sabes, lo bueno si breve, dos veces bueno

  3. Cierto es que solos cada uno por su lado habríamos dado la vuelta cuando la cosa se puso fea y nos habríamos quedado sin coronar, como ya me has oido decir: «Nadie llega a ninguna parte solo», todo aquel que llega alto,llega con el apoyo de unos cuantos.
    Gracias por estar a mi lado y apoyarme en mis locuras.

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