No vuelvo más

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Mi hermana, como hacía tiempo que no nos veíamos, en un arrebato de generosidad que solo puede explicarse por un golpe de calor, me invita a su casa en la playa a pasar unos días con ella y su marido para ponernos al día. Yo, sin pensarlo dos veces, me lanzo a la aventura, porque, ¿qué podría salir mal?

Yo, el rey de la desorganización, llego con mi equipaje minimalista, más bien inexistente, y descubro que mi cuñado tiene un guardarropa que, afortunadamente, parece haber sido hecho a mi medida, dadas las circuntancias me vi obligado a «pedir prestadas» algunas cosas. Un día, él me dice: «Anda, tengo una camiseta igualita a esa que le tengo gran cariño». Y yo, maestro de la evasión, cambio de tema con la habilidad de un político en campaña, admirando las fotos familiares como si estuviera en una galería de arte.

Otro día, regreso de una vuelta en bici y me encuentro a mi cuñado, vestido con una equipación ciclista horrible, con una mirada que podría derretir acero. Me suelta: «¿La equipación Gobik Absolute idéntica a la mía y la SL8 son tuyas?», A lo que respondo: «A ver, cuñao, la equipación estaba al sol y se iba a estropear. Y la bici…. la bici, madre mía la bici, una Specialized S-Works Tarmac SL8 Sram RED AXS color Satin Gloss Glacial Metallic White Silver año modelo 2025 con un cuadro de tan solo 685gr y el nuevo ciclocomputador Hammerhead Karoo 3 que está colgada en la pared desde que la compraste me estaba haciendo daño verla juntando polvo, si no la usas, se convierte en un adorno. ¡Es por tu propio bien!» Le pregunto: «¿Vas a dar una vuelta?», y él me responde: «Iba a salir con idea de estrenarla, pero no encontraba ni la bici ni mi equipación favorita nueva de trinca… y ya veo por qué». Así van pasando los días. Mi cuñado, un chef de primera, cocina como si estuviera en MasterChef, mientras yo disfruto de su Netflix, su Disney y su Prime en su TV de 1000″ bebiéndome sus cervezas de importación heladas en una de esas jarras de loza que el payo, con mucho criterio y conocimiento, mete en el congelador y te la clavas entre pecho y espalda como un elixir mitológito. Él pone la mesa con un encanto digno de un restaurante de cinco estrellas, y yo simplemente me siento a disfrutar con que esmero y cariño lo hace todo. Pero, curiosamente, sus miradas hacia mí se van volviendo… como más hostiles. No sé si quiere decirme algo, pero por el amor que le tiene a mi hermana, se traga sus palabras como si fueran espinas.

Un día, mi hermana me dice: «Tenemos que hablar». Oh, no. Ya estamos… Me pregunta hasta cuándo pienso quedarme. Imaginaros lo que sentí. Me dolió más que un golpe en la cabeza con una sandía. Yo, que no hago nada, que me como su comida, que miro su tele, uso su bici y esas equipaciones ciclistas que, por cierto, son un crimen contra la moda. No pongo un duro, no hago una compra, y cuando salimos a cenar, no discuto al pagar. Le dejo que lo haga él, no obstante me tomo la molestia de revisar la nota para luego indicarle que es correcta y que puede proceder, mete mano a su cartera y me mira fijamente con cada billete que va depositando encima de la nota. ¡Pero si soy un invitado modelo!

Al final, tenía que pasar. Un día lo veo entrar, sudado y sucio, vestido de ciclista, con un atomizador en una mano y un cepillo en la otra. Me clava su mirada y me dice: «Toma, por lo menos lávame la bici». Imaginaros la escena. Me quedé helado. Mi hermana me mira asintiendo, como si estuviera en un juicio, y me vi obligado a hacerlo. Fue humillante. Después de todo lo que hice por ellos, desde charlas hasta las tantas de la madrugada hasta que se caían rendidos, me he bebido todo su bar, limpié su bodega de vinos viejos llenos de polvo y hasta me fumé su Cohiba Behike que tenía escondido para que no se secara y me bebí su Henri IV Dudognon Heritage que también lo tenía bajo llave, llave que estaba a la vista encima del bar.

O sea, va de espléndido y gran anfitrión cuando es un verdadero desagradecido rencoroso y vengativo.

Finalmente, les tuve que decir que unos días antes de que se acabe el verano me tendré que ir. No soporto más tiempo esta situación. Así que, con todo el dolor de mi corazón, en las próximas cinco semanas me voy. ¡Pero no os preocupéis! seguramente para el año próximo ya me empezéis a echar de menos con lo que no tendré ningún inconveniente en volver.

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